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El Castillo

EL CASTILLO DE LA TOMA
El castillo de La Toma, es un bastión de la construcción moderna del siglo XIX, que se levanta a pocos kilómetros de la actual ciudad de La Toma, la capital del mármol ónix, y a unos 85 km de la ciudad de San Luis. Fue construido en 1857 como un fortín y contaba con todas las comodidades para albergar a una familia numerosa. Tenía unos cien metros de largo por cincuenta de ancho. El casco era un edificio que cumplía las funciones de fortificación y de residencia.
Tenía un torreón y varias colmenas de defensa o avistaje en defensa de los indios que asolaban la zona, conocido como “el mirador”.
Su forma es similar a la de una fortaleza medieval, lo que lo convierte en un valioso símbolo histórico de los tomenses y gran atractivo turístico de la zona.


Hoy la construcción está en uno de sus peores momentos edilicios, ya que la humedad y la podredumbre se han apoderado de sus otrora lujosos pisos y escaleras de madera que con el paso del tiempo y la falta de cuidado han mellado toda su estructura.
En la actualidad se están realizando los trámites para declararlo Monumento Histórico Nacional.

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Su historia

El castillo pertenece a una de las estancias más grandes de San Luis de mediados del siglo XIX y albergó el primer asentamiento poblacional existente varias leguas a la redonda. Fue la vivienda particular de Don Carlos Bett, de nacionalidad Francesa. La Estancia La Toma llevaba su nombre de la toma de agua que había establecido Bett sobre el Río del Rosario con el objeto de regar sus campos aptos para la agricultura y aprovechar la fuerza hidráulica para impulsar un pequeño molino de granos que tenía su establecimiento. Tiempo después el español Don Darío David compra la estancia a Don Carlos Bett. Don David levanta el edificio al más puro estilo castellano. Es una construcción que data de 1857.
El castillo y el fundo cambiaron muchas veces de propietario. El 29 de enero de 1904 Don Hipólito Irigoyen adquiere las tierras. En el verano de 1906 Pedro Miguel Mariano Graciarena compra las tierras y dona 100 hectáreas para el asentamiento de la actual población de La Toma, fundada el 31 de marzo de ese año.
El edificio fue pasando de mano en mano y siempre se mantuvo como una propiedad privada, nunca fue patrimonio de gobierno alguno, de ahí su estado ruinoso que hoy nos presenta. Deudos, deudas, sucesiones, robos, vandalismo junto a la falta de mantenimiento hacen que hoy el bello edificio pida ayuda para no sucumbir en el olvido.
Uno de los últimos herederos del castillo, Delfor Domingo Fernández, tiene 61 años de edad, nació el 30 de diciembre de 1957, es hijo de Anita Esther Novillo y Delfor Fernández, dice que nació, creció y vivió en el lugar hasta finales de 1980 cuando falleció su tía Julia, la última habitante del lugar, la mujer que alimenta en el populismo local, una bella historia de amor convertida en un famoso hecho esotérico, la historia de amor de la niña Julia.

Delfor dice que el castillo contaba con un amplio salón de ingreso, como una especie de zaguán que se iluminaba con un farol que funcionaba a carburo y después a gasoil, una sala de estar o comedor diario y a sus costados dos dormitorios como para cuatro camas o más. "Y si uno mira hacia arriba, verá que hay una especie de mirador del piso superior a la planta baja, era para saber quien venía de visita",
dice. "Saliendo a una galería nos encontramos con lo que era una cocina, una habitación destinada a guardar herramientas de jardín que en los años '50 se utilizó para que funcionara un generador de electricidad y a la derecha una escalera de pinotea que conduce a las habitaciones superiores". Señala.La construcción muestra el deterioro. El ingreso al patio se hace un poco dificultoso pero no imposible, allí encontramos restos de una antigua bañera de aquellos tiempos, el lugar donde funcionaba una bomba de agua, un baño y hasta dos habitaciones donde "dormía el personal doméstico". Dice Delfor.
Desde ese lugar pudimos apreciar el lujo de la parte superior, amplios dormitorios con baños individuales, paredes con grandes estampados y techos de alfajías adornados de pinturas.
"Tenemos que tener en cuenta que era una familia muy numerosa, eran once hermanos -dice Fernández- y más arriba otra habitación que tiene salida al frente del edificio donde estaban las cenizas de Antonio Fernández, mi abuelo y uno de los dueños, el otro era mi tío Prudencio que le había comprado la estancia a Darío David y a su hijo y en fechas patrias se colocaban dos banderas, la argentina y la española".

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